26 septiembre, 2006

La primera muestra de la pintura de Orihuela es una "loma" de olivares de su Jaén natal. Un clásico nunca abandonado al que siempre retorna.

Asi mismo y a continuación un artículo sobre el artista, escrito por su compañero y también artista Cayetano Anibal.

REFLEJOS DE LUZ Y COLOR EN LA MIRADA. CUESTIÓN PERSPECTIVA

Cayetano Aníbal González

Luis Orihuela es un artista jienense, de raíces insertas en el paisaje de su formación local, referida a la transmisión de los valores heredados. Prueba de ello ha sido su profundo interés por el olivar de las lomas de Jaén, como tema pictórico. Pero, por el contrario, es un ferviente convencido de la universalidad de la expresión artística en los contenidos emocionales o afectivos, independientemente de los orígenes que hayan sido los lugares, épocas o tendencias de la creación y sabe que toda variante en la expresión plástica puede ser válida y pueden ser muy diversos los lenguajes de la misma, incluso, yo diría, que admite como valores interesantes las opciones de las tendencias llamadas contraculturales, basándome, para esta apreciación última, en su poco ordenado sentido de lo ortodoxo, tanto en lo social como en el espacio que le corresponde al arte.
No es la primera vez que Luis Orihuela expone en la Galería Cidi Hiaya y ya tuvimos ocasión de ver hace dos años, en ese espacio, sus paisajes urbanos a carboncillo y esa otra mirada de su creatividad hacia temas tan poco usuales como tapias o cunetas, o aquel otro de las flores de las campanillas; temas en los que Luis nos sorprende por un concepto del artisticidad que descubre paisajes íntimos de la forma. A estas nuevas versiones, o visiones, de los temas ya conocidos por su muestra anterior, acompaña otros de paisajes con puntos de vista alejados y con una sorprendente perspectiva aérea en las lomas y marismas. Ahora vuelve a poner en juego nuestra capacidad de asombro al presentarnos obras cuyo título genérico es el de interior del olivo y que desarrolla en la práctica con coordenadas tan particulares.
Él ha encontrado nuevas posibilidades estéticas en la interpretación y sentimiento de la naturaleza, trascendiendo la apariencia externa de ella, ha llegado hasta su interior descubriendo el lugar donde se esconde una misteriosa belleza de vida, color y luz. Se divierte apasionadamente con ello, buscando el arte en las entrañas enmarañada del mismo, como en Pollock o, quizás, como en las sutiles tramas de color que podemos observar en Rothko.
Lo suyo es investigar en una realidad que se desarrolla en otra dimensión distinta de la que convencionalmente le reconocemos a la naturaleza. Su plástica es coherente, al crear su propia realidad, sobre la que se le ofrece en las cosas. Si analizamos su trayectoria encontraríamos, como en la secuencia seguida por Mondrián en la síntesis de la forma un árbol, un resultado absolutamente consecuente con la depuración o el desmembramiento y reestructuración de la naturaleza. No es nada nuevo el proceso en líneas generales, pero sí el tamiz por el que pasa, de la personalidad y sensibilidad del artista. El resultado no es incongruente, ni gratuito, ni se han dejado al hallazgo fortuito la elaboración ni el contenido de las obras. No es pintor de pintura-pintura, en el sentido de abstracción por abstracción formal. Pinta la realidad que quiere ver y que está donde todos podrían verla.
A veces sólo vemos el arte en lo que tenemos aprendido, olvidándonos de que podemos sentirlo sin la necesidad de tener referencias externas a nuestra propia apreciación. Otras, únicamente admitimos como arte aquellas obras que son respuestas reflexivas del hecho artístico. En el extremo de esta última postura estaría la consideración de Harold Rosenberg de que “La pintura ha llegado casi al punto en el cual existe como arte solamente a través de lo que se dice sobre ella” (1) y así ha surgido ese personaje coleccionista, galerista o simple aficionado, o “artista”, cuya razón de apreciación artística sólo es el espejo de un estado de opinión.
En la práctica del arte, Luis Orihuela parece, engañosamente, que desarrolla su obra con conceptos distintos en cuanto a las perspectivas de paisajes, desde puntos de vista alejados o aquellos otros donde su ojo de pintor, su mirada, se adentra hasta los rincones más profundos de las estructuras de ese mismo paisaje. De sus vistas de las lomas o las marismas al entramado del interior del olivos que ahora nos presenta, o el de las fibras de sus cunetas sólo hay diferencias en el orden perspectivo estructural y en la utilización de unos u otros recursos pictóricos; de la sobriedad de los grises y ocres salta a la generosidad en el color, que ha sido una de sus preocupaciones más febriles y definidas. Sus pinceladas, o trazos, se mueven, a veces, en grises plateados u ocres y dorados, de forma ondulada y suave acariciando el soporte y otras nerviosa y vibrante, como destellos, para conseguir que la forma se transfigure en color y luz puros, donde su pintura se enciende en reflejos de tonos rosados, azules o violáceos. Su mirada de ser de pájaro en vuelo sobre las lomas de las estribaciones de la sierra se transforma en insecto, huésped de las ramas de un olivo. Su sensibilidad le permite ese cambio de posiciones en arte y su producción artística será comprendida, o sentida, por todos los que de una u otra manera reconocen el mensaje de su lenguaje y sus valores, unos porque su educación se ha desarrollado en un solo plano, el del reconocimiento del objeto concebido como su apariencia total externa; otros porque la evolución de la expresión artística, su punto de vista y su análisis conceptual, le han permitido y llevado a una comprensión más amplia y menos estricta de las posibilidades del arte.
La modernidad de Luis Orihuela no es aprendida sino elaborada contundentemente por su propia visión de lo artístico, por el propio convencimiento de los conceptos aplicados en su obra y por su definida personalidad que, como en todo artista culto, se apoya en el conocimiento del Arte desde sus orígenes.
En resumen: quien nos presenta esta muestra de sus obras no es un artista convencional, ni situado a un lado u otro de la línea que separa, o enlaza, la tradición con la ruptura de la misma hacia los caminos desconocidos de un arte nuevo, ni siquiera está en esa línea, sino tomando de cada parte lo que interesa para mejor expresión de su propio lenguaje. Su actitud no es la del rechazo de la realidad exterior sino el de la mímesis de la misma. Busca en el interior de esa realidad formal y conceptual la emoción artística.

1. - Harold Rosenberg, Descubrimiento del presente, Caracas 1976